viernes, 6 de abril de 2007

Día a día, la rutina

Un poco de desorden, confusión, retorcijón. El día ha sido largo, diez veces me he puesto y sacado las pantuflas. Tres platos de comida serví en el suelo a los animales más incondicionales que conozco, no conmigo, mas con sus dueños. A veces creo que tuve demasiado de esta vida, pero ellos siguen necesitándome y, ni siquiera esogí tenerlos cerca.

Las cosas se fueron dando y hoy me encuentro cansada y más rato me encontraré durmiendo. Y, probablemente, mañana me encuentre poniéndome nuevamente las pantuflas. Y así, varios días, meses, años.

Por lo tanto, que no venga nadie a decrime cómo ponerme un par de acolchadas pantuflas, con técnicas menos agotadoras o con botones extravagantes que prenden otros aparatos, los cuales simultáneamente me sentarán y vestirán. No necesito eso, ni a esos individuos que creen que me ayudan.

PD: Para el que le llegue.

Blanca y radiante va la novia

Ella aún recuerda cuando su prometido se arrodilló y le pidió compartir una vida juntos. No se habló de niños, ni de cómo se criarían. Tampoco se dijo qué se haría con la plata de sus sueldos.
El día más esperado ha llegado. Meses de planificación. Fecha, vestuarios, lugar de la fiesta, tipo de torta, platos de fondo, postres, tragos, peinado, maquillaje, invitados, entre otros. (ver anexo de 100 pág.)

Hubo de todo. Trajes elegantes, muchachas, lolas y señoras rayando el piso con los más modernos zapatos de taco alto que más tarde no les permitieron un desplante relajado en la pista de baile. Pero a ellas no les importaba mientras se vieran estupendas al sonar el click de los varones y las bestiales y poco disimuladas fotografías de las otras invitadas física y económicamente no tan afortunadas.

Los hombres, sin poder innovar demasiado con su vestuario-porque pierden elegancia-, se limitaron a usar trajes de marca, cualquiera conocida y cara. No se habló del tema abiertamente, pero todos especulan sobre el diseñador y el valor de sus prendas. Ah, y un detalle importante: todo esto comienza en la entrada de la Iglesia.

Continúa cuando la novia hace su entrada triunfal. Pasos ligeros, pareció que volaba a través de una interminable alfombra. Mirada alta y sonrisa intacta. Lista para la foto, para que todos la recuerden como una blanca y radiante novia.

Quizás lo de “blanca” no sólo alude al vestuario de la novia implicando virgninidad, quizás también se refiere a que comenzará una vida como una hoja en blanco.Ojalá lo radiante se mantenga en el tiempo y que el papel se llene de historias escritas por los dos.Y él, ¿qué pasa con sus hojas?

Él la espera en el altar. Ella es entregada por un varón -que pareciera ser su padre-, tras recorrer un largo camino siendo observada por todos sus invitados. Pasa el tiempo. Ella cria a los hijos, él genera más y más dinero. El encuentra a otra mujer radiante y quiere repetir una nueva unión con otra porque las hojas ya están muy rayadas y él no está dispuesto a compartir sus planas...

¿Amar?

En todos los seres humanos existe la posibilidad de amar porque todos estamos dotados con la capacidad de entregar amor. Sin embargo, tomar la decisión de amar no es algo que todos opten, más allá de lo que las bocas de estos individuos digan.

Quizás todos anhelamos querer, pero pocas veces realmente queremos. Pasa que a veces es tanto el amor que uno se tiene a sí mismo que no se permite amar a un otro de la misma manera o más de lo que nos amamos a nosotros mismos. Eso no significa que no andemos por la vida diciendo que amamos, haciendo gestos que se relacionen con amor y llorando cuando los supuestos amados nos dañan.

Hay muchas pruebas que podrían hacernos pensar que amamos y que nos aman, pero sólo en el interior de cada uno está la posibilidad de encontrar una respuesta “concreta y real” o, dicho de otra manera, una respuesta fidedigna. El problema es que ni siquiera uno mismo –en la gran mayoría de los casos- sabe ingresar a este sitio del alma y dejamos que nuestra corporalidad sea la única vía de comunicación, independiente del alma.

Así, los cuerpos se comunican sin lograr profundidad emotiva, al menos no como pareja. A veces, uno de los dos sí está amando de corazón –como se suele decir-, pero no hay una respuesta acorde a su sentir, no hay equilibrio.

Es conocido el dicho que en una relación siempre hay uno que quiere más y, cuando se usa, uno tiende a decir “ojalá ese no sea yo”. Uno quiere que lo amen más de lo que uno ama, para poder controlar la relación y decidir acabar con ella cuando ya no se obtengan beneficios significativos o proporcionales con el esfuerzo que significa compartir tiempo y energía con una pareja, aunque nadie lo reconozca, ni sea tan evidente como estas palabras.

Estamos tendiendo a la individualidad exacerbada y, como bien se sabe, todo exceso es negativo. Además, se le ha dado a esta palabra el sentido de desapego y egocentrismo, no siendo esa su connotación original. Y es que es más sencillo pensar sólo por el propio bienestar. La solidaridad emocional no es tan común.
No tengo claro cómo llegamos a este punto. Dicen que uno se enamora fuerte la primera vez y que después aprende. Yo digo, ¿Aprende a qué? ¿A no entregarse por completo, a no confiar? No todo aprendizaje es positivo para el desarrollo personal. Preocúpense cuando aprendan a sólo preocuparse del “propio sentir”.

¿Cuál es el límite de lo aceptable?

Quiero vivir y dejar vivir. Eso está claro. Nadie quiere que su libertad se vea coartada. Nadie disfruta sufrir, aunque muchas veces inconscientemente escogemos sufrir porque es la única manera que conocemos de vivir. No es que nos hayan enseñado a aceptar a ojos cerrados el comportamiento de los demás y menos de aquellos que se encuentran dentro del perímetro de los “cercanos”. El problema subyace en que asumimos que el otro piensa más o menos similar a uno, aunque no lo diga porque es la única realidad que creemos posible.

Incluso, cuando este otro no manifiesta abiertamente un pensamiento o emoción frente a un hecho que nos interesa, “creemos” que su actitud refleja una cierta manera de sentir que nos hace querer seguir indagando y continuar con en esa relación.

Y, cuando este otro expresa verbalmente un sentimiento que no nos parece respetable, creemos que no está diciendo la totalidad de aquella emoción, ya sea por timidez, orgullo, soledad, temor o porque se está dejando llevar por la ira que se generó en ese momento. Queremos creer lo que calza con nuestros valores y proyecciones porque reconocer que ese otro no comparte nuestra base valórica significa tener que apartarlo de nuestro lado.

Es difícil aceptar que ese otro que creímos conocer y cuyas cualidades nos hicieron caer en un estado de enamoramiento no existe como tal, sino como una ilusión.

Desde el momento en que nos damos cuenta que no conocíamos a quien creímos querer se torna imperativo replantear la relación, lo que algunas veces implica romper la incondicionalidad hacia lo idealizado. A partir de este instante, cada uno oye lo que efectivamente sale de la boca del querido y cree en sus palabras, tal como un artista pinta sobre un lienzo blanco y genera una realidad que, a veces, conmueve.

De este modo, cada uno sabe diferenciar cuándo un determinado momento genera discusiones que hacen hablar desde el estómago y, también c/u sabe reconocer cuándo el otro está siendo honesto y ha dicho la totalidad de su sentir, incluso al callar. Recién ahora se genera la relación de aprendizaje mutuo, ya que se acepta que ese otro puede efrecerte una nueva manera de vivir y querer vivir. Recièn entonces es imperativo estudiar qué valores y/o proyectos no son tranzables. De lo contrario, vivirás con él hasta que su cuerpo te abandone.