
Quizás todos anhelamos querer, pero pocas veces realmente queremos. Pasa que a veces es tanto el amor que uno se tiene a sí mismo que no se permite amar a un otro de la misma manera o más de lo que nos amamos a nosotros mismos. Eso no significa que no andemos por la vida diciendo que amamos, haciendo gestos que se relacionen con amor y llorando cuando los supuestos amados nos dañan.
Hay muchas pruebas que podrían hacernos pensar que amamos y que nos aman, pero sólo en el interior de cada uno está la posibilidad de encontrar una respuesta “concreta y real” o, dicho de otra manera, una respuesta fidedigna. El problema es que ni siquiera uno mismo –en la gran mayoría de los casos- sabe ingresar a este sitio del alma y dejamos que nuestra corporalidad sea la única vía de comunicación, independiente del alma.
Así, los cuerpos se comunican sin lograr profundidad emotiva, al menos no como pareja. A veces, uno de los dos sí está amando de corazón –como se suele decir-, pero no hay una respuesta acorde a su sentir, no hay equilibrio.
Es conocido el dicho que en una relación siempre hay uno que quiere más y, cuando se usa, uno tiende a decir “ojalá ese no sea yo”. Uno quiere que lo amen más de lo que uno ama, para poder controlar la relación y decidir acabar con ella cuando ya no se obtengan beneficios significativos o proporcionales con el esfuerzo que significa compartir tiempo y energía con una pareja, aunque nadie lo reconozca, ni sea tan evidente como estas palabras.
Estamos tendiendo a la individualidad exacerbada y, como bien se sabe, todo exceso es negativo. Además, se le ha dado a esta palabra el sentido de desapego y egocentrismo, no siendo esa su connotación original. Y es que es más sencillo pensar sólo por el propio bienestar. La solidaridad emocional no es tan común.
No tengo claro cómo llegamos a este punto. Dicen que uno se enamora fuerte la primera vez y que después aprende. Yo digo, ¿Aprende a qué? ¿A no entregarse por completo, a no confiar? No todo aprendizaje es positivo para el desarrollo personal. Preocúpense cuando aprendan a sólo preocuparse del “propio sentir”.
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