miércoles, 28 de marzo de 2007

Gente del Valle

A veces, en la ciudad hay tanto movimiento que se llega a creer que uno no se está moviendo, ni avanzando hacia ningún lado. Son tantas las luces que te iluminan al mismo tiempo -verdes, azules, rojas, grises, negras, blancas y la mezcla y degradé de todas éstas- que llegamos a quedar ciegos y perdemos el punto. Olvidamos a dónde ibamos y por qué nos dirigíamos hacia ese sitio.

Perdemos el sentido, la capacidad de percibir bondad y unificamos a los cuerpos que nos rodean, relacionándolos con seres apáticos y completamente indiferentes a nuestro desarrollo personal, o al menos, indiferentes a cooperar con él por el sólo hecho de hacerlo.

En medio de este caos urbano, nos unimos a todo lo que se mueve sin cesar. Es tanta la velocidad de los cuerpos que te apuras, para no quedar atrás. Es tanta la competitividad que llegamos a creer que es la única forma de vivir la vida.

En este sentido, alejarse de las carreteras, de las comodidades de la vivienda no sólo te ofrecen un entorno que rápidamente reconocemos como propio porque nos sentimos cómodos. En algún sentido, este sitio más alejado, se siente como un hogar. No es sólo el sitio, para nada. Es su gente, sobre todo y todos en su conjunto.

Son las energías de estos cuerpos que se cuestionan más menos lo mismo que todos los que acudimos a este lugar para saber un poco más de cada uno de nosotros mediante la relación con otros. Algunos lo llaman compartir.

No meditamos, es cierto, tampoco hubo muchos momentos de silencio, pero sí hubo muchas risas y diversión. Vivimos, sin pensar cómo ganarle al de al lado, sin importar cuánto dinero tenía cada uno de nuestros padres o bajo qué situación económica nos desarrollábamos durante los meses de estudio o trabajo.

Hubo muchos saludos y buena onda. Como resultado de todo esto se generó una atmósfera de paz y compañerismo. Bien extraño llegar a sentir todo esto en pocos días. Llegamos a sentir que nos conocíamos y confiábamos en las buenas intenciones del otro, sin siquiera saber sus apellidos ni haber tenido la oportunidad de averiguar certeramente si a ellos también les agradábamos.

Nada de eso se hizo, y, sin embargo, fuimos amigos y pudimos compartir unos metros cuadrados sin conflicto. He ahí la esperanza humana que se enciende como las cenizas de una fogata. Cursi.
No me arrepiento, en lo absoluto, por no haber meditado. Por ahora me interesa muchísimo más aprender de otros porque sólo con ellos podré conocerme y, luego, probablemente la meditación aparecerá como un imperativo. Todo a su momento, cuando sienta esa necesidad de contactarme con seres de otras dimensiones. Mientras tanto, continuaré compartiendo y aprendiendo de mis pares porque esta aventura –el vivir-es una experiencia que no pretendo acelerar porque siento que eso tengo que hacer.

4 comentarios:

ana dijo...

el valle es mui bo bo bobonito
la luz en las montañas era shulaila,se reflejava el cuarzooo y las caminatas sin niuna ampolleta mui divertidas.
os adoro danielin.

ana dijo...

y el sonido del rio a toda hora!
yujuuu!
yel alambre de pu{a que no los detuvo
ooooo :)

ECHA_Y_DERECHA dijo...

qué linda época vivimos...y estamos viviendo

ana dijo...

ta vivo maluco..ajjaaaa axe. :p